Hace un par de meses me invitaron a dar una conferencia en un entorno encuadrado por el título que encabeza estas líneas. No era el único participante, pero todos debíamos enfocar nuestro discurso en la dirección de dicho título. Organicé un guión que utilicé para realizar mi exposición. Luego, acabado el acto, reparé en que habían quedado recogidas una serie de ideas que, pienso, podían interesarles. Estas son.
Lo primero que dije a mi auditorio es que mi objetivo era exponer líneas de reflexión, es decir, dar titulares a partir de los que debatir posteriormente; también recordé lo que siempre digo: que no viesen en mis palabras referencia alguna a posturas políticas: a ninguna postura política.
Entrados en materia dije a la presidencia que encontraba el título muy bien escogido: Europa, ¿adónde vas?. Porque siempre se da por supuesto que Europa viene de algún lugar y está en algún sitio, pero ¿adónde se dirige?. La Historia demuestra lo primero y la realidad atestigua lo segundo, pero, teniendo en cuanta el peso de esa Historia y las tendencia que apunta esa realidad, ¿hacia dónde se dirige la actual Europa?.
Otro elemento: la idea ‘Europa’. Europa no es algo natural. Europa fue y es un invento, un mosaico no totalmente conectado de reinos, países, Estados. A lo largo de la Historia se han realizado cinco intentos para conseguir el ‘Todo Europa’. El Imperio Romano, aunque no unificó todo el territorio europeo, mantuvo cohesionado durante un par de siglos una parte considerable del mismo. Luego Carlomagno volvió sobre la misma idea aunque durante mucho menos tiempo y abarcando bastante menos superficie. Siglos después Napoleón volvió sobre lo misma. Y el anterior intento: el encabezado por Nacionalsocialismo alemán. Todos ellos sustentados en lo militar, todos de duración limitada, y en todos se ha acabado demostrando la inviabiidad del objetivo.
En gran medida como consecuencia de lo anterior, se abre camino la idea ‘Parte de Europa’, es decir, Europa como ‘Partes’, y de nuevo la Historia nos muestra ejemplos: la Liga Hanseática, el Zollverein, la EFTA, la CEE, el Área del Marco. Da igual la época que se mire, un planteamiento ‘Europa’ basado en intereses concretos que beneficie a un grupo es factible, al menos durante un tiempo; pero otra cosa que vaya más allá y con voluntad de perdurabilidad …
Y claro, surge la pregunta: ¿por qué es posible una idea de Europa –la Europa como ‘parte’– y no la otra –la Europa como ‘todo’–?. Existen diferencias culturales, algo que quedó manifiesto con la Reforma y la Contrarreforma. Los orígenes históricos son diferentes: no toda Europa estuvo bajo la influencia de Roma, y partes de Europa estuvieron bajo la influencia musulmana. Los intereses globales ni han sido ni son coincidentes: hoy en Europa hay zonas pro USA y otras no, y otras tienen un origen eslavo. Además las capacidades tecnológicas y económicas son abiertamente diferentes, lo que queda manifestado, por ejemplo, en las distintas productividades de las diferentes zonas y en las variadas tasas de actividad existentes.
¿Qué se puede deducir de esto? Pues que no ha habido una sola Europa, sino varias. Un conjunto de países muy diferentes con estructuras muy distintas y con problemas propios; lo que no es ni bueno ni malo, simplemente es.
Más cosas. La Unión Europea (UE) ha sido hasta el momento el último intento para llegar a la ‘idea Europa’. En intento comenzó en 1957 con el Tratado de Roma y evolucionó hasta el nacimiento de la UE en 1993. En esta ocasión se ha ido con tiento, un poco como si se quisiese asegurar la jugada: ‘a ver si esta vez si’. Además se escogió como denominador común la economía: algo que preocupaba e interesaba a todos los países, adoptando las grandes compañías el papel de timonel: “La Unión Europea es el producto de las exigencias de grandes empresas que quieren un mercado grande”, nos decía Werner Teufelsbauer, director del gabinete de estudios de la Federación Austriaca de Cámaras de Comercio, en 1997 (Cinco Días del 07.01.1997).
Pero la UE no funciona porque no han podido superarse los parámetros consustanciales a cada zona, y por ello lo único que ha funcionado es: 1) la libre circulación de mercancías y capitales, no de personas porque existe un excedente global de oferta de trabajo, y 2) el euro, con chirridos: existen legislaciones mercantiles distintas, ordenanzas fiscales diferentes, situaciones bancarias diversas, niveles de deuda pública y privada diferenciados.
Se suele decir: ‘USA lo consiguió, consiguió unirse en un solo país’; si, pero tras una guerra civil tremenda que la provocó quien la tenía ganada. En Europa, en los últimos quince siglos, ha habido 69 categorías de guerras, y recordemos, como ejemplos, que las Guerras Napoleónicas fueron siete, y las Husitas cinco, y son múltiples en el planeta los ejemplos de fracasos o de desarmonías: la ALALC, el Mercosur, la APEC, la Unión Africana, la Liga Árabe, …
Es como aquel refrán: ‘Vaig voltar per tot el mon i vaig tornar a Campordon’. Parece que se avanza pero se acaba volviendo al lugar de donde se salió, porque no hay una sola Europa, sino varias de ahí los distintos perfiles que han ido apareciendo: Europa de geometría variable, Europa a dos velocidades, Europa a varias velocidades, porque … ¿qué tienen en común Portugal y Austria, Grecia y Holanda, Hungría y Suecia?.
La idea de Europa está superada. Ha sido como seguir investigando cómo conseguir mejorar la locomotora de vapor cuando ya se está funcionando con TGV a 350 Km/h.
¿Quo Vadis, Europa? Todo esto se encuadra en un escenario en el que el concepto de Estado ya se encuentra superado por la dimensión y expansión de las grandes corporaciones. A esto hay que añadir que la especialización y la búsqueda de la eficiencia manifiesta y agudiza las diferencias dentro de los países: ¿qué tienen en común el Lombardía y Calabria, Euskadi y Extremadura, Île-de-France y Provenza?.
¿La conclusión? Pienso que nos dirigimos hacia el abandono de la idea de ‘la Europa de los Estados’ y nos dirigimos hacia ‘la Europa de los clusters’, idea que se sustentará en las regiones, en ‘la Europa de las regiones’.