Hoy, excepto en UK, USA, Australia y algún otro territorio más, se conmemora el 132 aniversario del inicio de las protestas obreras que desembocaron, tres días después, en la Revuelta de Haymarket Square, en Chicago. ¿La causa de las protestas? Reclamar la jornada laboral de ocho horas. Cinco ejecutados después en un juicio sin ninguna garantía y del aumento de la productividad que trajo la II Revolución Industrial llevaron a la disminución del tiempo diario de trabajo y a una lenta y progresiva mejora salarial: la burguesía –el capital– comprendió que el trabajador tenía que disponer de tiempo y de una cierta renta para consumir lo que producía.

También comprendió el capital que ya no era posible continuar explotando y reprimiendo a la clase obrera como hasta entonces había sucedido, a esa comprensión contribuyeron los sucesos de Chicago de 1886 y, unos años antes, la Commune de Paris de 1871 saldada con una matanza: 20.000 ciudadanos en París, obreros en su mayoría, masacrados por otros obreros franceses armados por el capitalismo alemán con la bendición de la burguesía francesa.

Mucho han cambiado las cosas en estos 132 años, pero hay una que es hoy calco de otra de ayer. Entonces el trabajo era imprescindible para generar PIB, pero cada unidad de trabajo valía muy poco; ahora el trabajo cada vez es menos necesario para generar PIB, de hecho ya es posible generar PIB con cero unidades de factor trabajo, por lo que el precio de la mayor parte de las unidades de trabajo tiende a valer poquísimo.

Si, viajando en el tiempo, trajésemos al presente a algún líder obrero de entonces y viese lo que sucede (si viajásemos nosotros y se lo contásemos no nos creería), alucinaría. Todas aquellas privaciones, toda aquella lucha, toda aquella represión, para volver al ‘Y yo, ¡por menos!’ a fin de conservar, u obtener, una ocupación temporal o un empleo a tiempo parcial; nada más, y con una remuneración a la baja en términos reales. Y con las expectativas decrecientes de la demanda de trabajo en un escenario de robotización al alza y de Inteligencia Artificial cada vez más eficiente.

De todo ello, pienso que lo que más costaría entender a ese líder obrero del pasado es la necesidad decreciente del factor trabajo, ahora ejemplarizados en los ‘contratos de cero horas’, que, en el fondo no es más que el ‘Yo, ¡por lo que sea!; ‘Yo, ¡por lo que me quiera dar!.

Se dice lo contrario, pero lo cierto es que los trenes pasan una sola vez. La clase obrera tuvo su oportunidad a principios del siglo XX para dar la vuelta a la deriva que estaba tomando el sistema económico, y la tuvo porque entonces el trabajo era absolutamente imprescindible para generar PIB y, a la vez, entre los trabajadores había ya una auténtica conciencia de clase.

Cuando la clase obrera aceptó matarse entre ella en la I GM, cuando obreros alemanes siguieron la orden de matar a obreros ingleses y estadounidenses y viceversa, cuando obreros turcos y obreros australianos, aceptaron matarse entre ellos, sabiendo que sus problemas y carencias eran idénticas y viendo todos ellos como la inmensa mayoría de sus líderes sindicales bendecían tales matanzas, la clase obrera asumió el papel de sumisión al capital. El resto ya es historia y esta necesidad decreciente de factor trabajo no es más que la evolución de aquella situación: cuando el trabajo se convirtió en una commodity más. Y ahora las revoluciones ya no están de moda, por lo que otra es imposible.

Pero, ¿desde cuándo, desde qué momento la realidad ha puesto sobre la mesa en toda su dimensión la problemática que hoy afecta al mundo del trabajo? El trabajo lleva décadas en un proceso acelerado de depreciación, de hecho desde principios de los 80, tanto por la deslocalización de tareas a países subdesarrollados como por el inicio en la masificación de la robótica que dio lugar a nuevos sistemas organizativos en el modelo productivo occidental, las condiciones de trabajo se han ido degradando y los salarios menguando a nivel real: en USA, en Alemania, y son sólo ejemplos, el pluriempleo es la norma entre amplios sectores de la población y los salarios reales medios se hallan estancados desde la década de 1980. En cualquier caso el problema era relativo porque el subempleo y el sector servicios de bajo valor podían generar una demanda de trabajo que mantenía las estadísticas de desempleo dentro de unos límites aceptables; hasta que llegó la presente crisis y a la caída en la demanda de trabajo se unió el impacto incontenible de la tecnología.

Los políticos, independientemente de su color así como bastantes expertos mantuvieron posiciones parecidas a las mantenidas durante los últimos veinticinco años. Su razonamiento era doble y sencillo: por un lado, la crisis es temporal, y cuando pase se volverá a una ‘robusta creación de empleo’; por otro, siempre en el pasado han habido avances tecnológicos que han llevado a la desaparición de profesiones que han sido sustituidas por otras nuevas, lo que también se dará ahora; línea en la que se mueven el ya famoso ‘aún están por inventar los empleos del futuro’.

Las instituciones internacionales han mantenido una postura bastante neutra, admitiendo y asumiendo la existencia de un problema con respecto al trabajo menos cualificado y acotando posibles soluciones a acuerdos de fomento del empleo donde la formación desempeñase un papel importante aunque sin abandonar nunca la senda de la ‘consolidación fiscal’, un eufemismo para decir que el objetivo era lograr el equilibrio presupuestario y que debía recortarse el gasto público de modo que no fuesen superados los ingresos públicos. En definitiva: saneamiento de las finanzas del Estado y confianza en que el ámbito de lo privado resuelva el encaje entre oferta y demanda de trabajo.

Desde hace un par de años algo parece que se está moviendo en el ámbito de algunas de esas instituciones, como ejemplo una reciente reseña del World Economic Forum.  (https://www.weforum.org/es/agenda/2017/02/5-soluciones-o-politicas-para-enfrentar-el-desempleo-del-futuro?utm_content=buffer7945f&utm_medium=social&utm_source=facebook.com&utm_campaign=buffer) . La novedad: se asume que la tecnología –robótica, automatización, IA– va a generar un desempleo estructural inasumible; ya no se duda de eso. Luego viene el voluntarismo que, en gran medida, se sustente en el conformismo, la aceptación de una realidad incambiable, y la admisión de una desigualdad menor que la actual, aunque descomunal.

Ahora puede compararse el hoy del trabajo con aquello que tan brillantemente exponían aquellos filósofos, economistas y sociólogos de entre mediados del XIX y principios del XX; cuando se decía que la lucha obrera y la unión de los trabajadores conseguiría vencen en la lucha contra la explotación burguesa y contra el capital depredador. Y lo cierto es que la conclusión a la que se llega es que las concesiones capitalistas compraron la paz social mientras el trabajo fue necesario y que hoy todo eso se acaba porque la productividad obtenida a través de la tecnología y las economías de escala logradas por la oligopolización permiten hundir los costes de producción y adaptar el precio de venta a la cantidad que cada segmento social pueda en cada momento pagar.

Se puede continuar celebrando el Primero de Mayo sin problemas. A eso se le llama mantener las tradiciones.

Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Revuelta_de_Haymarket

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