Si, me he inspirado en el título del film de Manuel Gómez Pereira de 1992: “¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?”.

Durante años se dijo que no, que la tecnología no iba contra el trabajo. Destruía empleo, pero creaba y crearía mucho. También que el futuro pintaba muy bien porque la tecnología era inclusiva y porque los trabajadores preparados se moverían bien en el nuevo entorno. Y que superada la crisis los salarios crecerían. Y que las pensiones estaban garantizadas.

Algunos jamás creímos en todo eso por la simple razón de que analizando la secuencia temporal de hechos no era lógico; y fuimos tachados de pesimistas y agoreros. Pero cada vez se publican más cosas que apuntan a un futuro gris marengo para la mayoría, a un mañana más desigual, con menos oportunidades, menores expectativas, más limitaciones. A un mañana que ya es hoy.

Los links que vienen a continuación son una selección de textos publicados en medios generalistas, no en medios académico superespecializados, obtenida en menos de una semana:

https://elpais.com/economia/2018/01/22/actualidad/1516611975_434126.html

https://www.ara.cat/economia/nou-multimilionari-dos-dies_0_1947405280.html

http://www.expansion.com/directivos/2018/01/22/5a64e7a4e2704e655f8b45ba.html

http://www.eleconomista.es/empresas-finanzas/noticias/8881858/01/18/El-auge-de-los-robots-en-la-industria-hara-que-las-fabricas-vuelvan-a-casa.html

https://cincodias.elpais.com/cincodias/2018/01/18/midinero/1516296524_006775.html

http://www.publico.es/economia/recortes-salariales-han-costado-37000-millones-trabajadores.html

http://www.expansion.com/economia/2018/01/21/5a64c3af46163fd2228b4652.html

Bien. ¿Qué pasaba y qué está pasando?

Desde siempre hasta finales de los años 70 generación de PIB y demanda de trabajo estaban vinculados: para obtener más PIB se precisaba más trabajo. Bien es verdad que desde la I Revolución Industrial la proporción fue bajando al ir creciendo la productividad pero como había tanto que fabricar, tanto que vender y tanto de consumir, había campo para correr. (Y cuando las cuentas no salían oleadas de europeos hacia América, USA fundamentalmente).

Además, por lo anterior y tras la II GM, los salarios subían aunque lo hiciese la demanda de trabajo porque la oferta de bienes y servicios se colocaba de sobra, y se colocaban los excedentes a través de la exportación.

Y como había una Guerra Fría, los ricos pagaban impuestos a fin de financiar el modelo de protección social que cumplía dos funciones: compraba la paz social y generaba PIB.

Y como los mercados de los países eran los mercados naturales y prácticamente todo se fabricaba en las áreas donde se consumía lo que se fabricaba, el crecimiento estaba asegurado en un entorno de tecnología creciente pero que requería de los humanos para que funcionase.

O sea, todo OK. Todo genial, hasta mediados de los 70 y sobre todo desde principios de los 80.

A mediados de los 70 el petróleo dejó de ser lo que hasta entonces había sido: ultrabarato. A finales de los 70 empezaron a fabricarse cosas fuera de los lugares donde se consumían. Y a principios de los 80 empezaron a meterse robots en las plantas de ensamblaje de automóviles. Es decir, la energía dejó de tener un coste de risa; se demostró que era posible hundir los costes laborales; se puso de manifiesto que se podía prescindir de personas para fabricar cosas. A eso añadan que en los 70 a nadie le importaba lo más mínimo lo que pudiera contaminarse fabricando buques en Corea, por poner un ejemplo, si estos salían mucho más baratos. A partir de ahí el resto de la película es conocido. La justificación de ideológica (aunque en realidad no hacía ninguna falta) vino plasmada en el artículo “¿El fin de la Historia?” publicado en 1989 por su autor Francis Fukuyama.

En estos 40 años la necesidad de trabajo ha ido a la baja, la tecnología se ha ido sofisticando de tal modo que cada vez ha sido capaz de hacer más a un coste menor. La demanda de capital ha crecido a la vez que la deuda corporativa ha ido al alza, al igual que lo ha hecho el endeudamiento privado. Los Estados, su papel, ha ido retrocediendo  en un ambiente de concentración creciente de todo: de mercados, de rentas, de riqueza, por descontado de capital. Mientras las corporaciones se han ido haciendo más omnipresentes. Y como colofón se ha puesto de manifiesto que ‘las personas’, así, en abstracto, cada vez son menos importantes.

Lo dicho: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?.

¡Bienvenidas, bienvenidos, a la Nueva Normalidad!

(Por enésima vez vuelvo a recomendar la lectura de ‘El fin del trabajo’, Jeremy Rifkin 1994, en España editado por Paídós en 1996; y les recuerdo su título original que, por alguna razón que desconozco, perdió: “The end of work. The decline of the global labor force and the dawn of the post market era”).

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