Desde siempre, es decir desde que a principios de los 80 el uso de la tecnología de punta comenzó a masificarse en la industria del automóvil, pero sobre todo desde hace un par de años, proliferan, abundan, las descripciones idílicas en relación a las bondades y beneficios que la tecnología nos está trayendo y sobre las maravillas que nos esperan, de tal modo que el planeta será un Edén de bienestar al poco que doblemos la esquina de la adaptación tecnológica dentro de una década. Pienso que nada de eso va a suceder.
La tecnología está aportando, y va a continuar aportando, avances espectaculares e inimaginables que van a cambiar el modo como vivimos. Lo que ya está llegando se la bautiza como la IV Revolución Industrial, pero ojo: esta IV nada tiene que ver con ninguna de las anteriores, ni siquiera con la I cuando se produjo en paso del artesanado al maquinismo. Esto es otra cosa, supone un salto de nivel, jugar en otra liga. Supone una discontinuidad.
De hecho, pienso que nunca jamás en la Historia de los últimos 2.000 años se ha vivido algo semejante a lo que está sucediendo y va a suceder porque nunca jamás hasta ahora ha acontecido nada que haya hecho que las personas hayan empezado a no ser necesarias absolutamente para nada. Ni siquiera, dentro de cuatro días, para reproducir la especie.
Como gran novedad hace unos años vimos que cada vez era necesario menos factor trabajo para generar PIB. Ya está asumido que en un breve tiempo en el proceso productivo de un bien o servicio serán precisas cero unidades de factor trabajo para generar cualquier cantidad de PIB; pero es que eso ya no es novedad. Tampoco producen ya sorpresa los nuevos elementos y procesos tecnológicos orientados a la producción o al consumo, sean utensilios o software, que están apareciendo cada día: recuerdo que hace doce años hablé en una de mis clases sobre la producción aditiva y mis alumnas y alumnos me miraron con rostro alucinado y hoy cualquiera habla de imprimir casas o hígados humanos. Lo verdaderamente novedoso radica en los cambios sociales y vivenciales que toda esa tecnología está trayendo y traerá y que dará lugar a una transformación como nunca jamás se ha producido en la Historia.
Ese movimiento que canta las bondades y maravillas de toda esa tecnología da por supuesto que va a estar al alcance de todas las personas a un precio casi nulo; supone que esa tecnología abrirá la puerta a una vida maravillosa en la que toda la humanidad será feliz; da por supuesto que la escasez desaparecerá y que nuestras vidas, las de toda la humanidad, serán paradisíacas porque todos los problemas físicos y psicológicos quedarán resueltos. Y yo pienso que eso no va a ser así.
Es cierto que la tecnología va a hacer posible cosas ya no inimaginables hace diez años, sino inimaginables hoy, pero van a ser cosas a las que van a tener acceso un muy escaso número de personas: tan sólo las que sean verdaderamente necesarias e imprescindibles. Unas personas que estarán integradas en corporaciones globales, concentradas, integradas verticalmente por subsectores y horizontalmente por ámbitos geográficos. Personas que serán parte de un colectivo diminuto: las y los insiders.
Al otro lado los outsiders: toda aquella persona parcialmente necesaria para cuestiones marginales porque tales tareas no sean susceptibles de ser resueltas por la tecnología en un colectivo reducido porque ¿para qué tener masas de personas miserables que consuman unos recursos que, de entrada, serán escasos sin que tengan utilidad real alguna?. Será un mundo Elysium pero sin las hordas miserables que ocupaban la Tierra.
¿Suena a terrible?, ¿a apocalíptico?. Lean algo sobre las terribles vivencias por las que tuvieron que pasar a finales del siglo XVIII, en Inglaterra, los campesinos que fueron expulsados de las tierras afectadas por las Enclosures y que se convirtieron en el lumpen proletariado en los nacientes núcleos industriales en las ciudades. Hoy leemos sobre aquello y concluimos que fue parte de la evolución y que era inevitable. Pues esto que ya está sucediendo, esto que está llegando también lo será. Porque es parte de la evolución, porque es inevitable.
Es lo que no entendieron los luditas (la verdad es que no tenían referencia): daba igual que destruyeran máquinas de vapor y telares mecánicos: le dinámica histórica y el avance tecnológico llevaba a una nueva dimensión, y la dinámica histórica y el avance tecnológico, pueden ser retrasados por conveniencia durante un breve lapso de tiempo, pero son absolutamente imparables.
La tecnología es maravillosa y está trayendo procesos y dando lugar a unas posibilidades fabulosas, pero ese avance lleva aparejada otra cosa: el papel de la persona se contrae, su necesidad disminuye, su importancia tiende a nada. Y de todo esto muy poco se está contando porque es feo, triste, políticamente incorrecto. Por eso la privacidad tiende a cero y el control se va extendiendo a todos los órdenes de la vivencia y de la convivencia: es necesario, va a ser crecientemente necesario prever y controlar los conatos de descontento que, obviamente, van a ir apareciendo. ¿Se podrán imprimir hígados humanos para trasplantes? ¡Claro!. ¿Se podrán construir hígados a partir del cultivo de células de la persona que necesite un hígado porque necesite uno nuevo? ¡Por descontado!. Pero esa tecnología será solo para las personas que sean necesarias.
Será otra forma de vivir, de relacionarse la sociedad, será otra sociedad con otros objetivos, otras vivencias. Y será otra Historia, no el fin de una historia que tan magistralmente expuso Francis Fukuyama en 1989: aquel era un cambio dentro de la misma Historia; esto será otra cosa. Un mundo fabulosamente maravilloso gracias a la tecnología para quienes sean necesarias y necesarios, pero en el que cada uno será parte de su conjunto, de su grupo, sin posibilidad de desconectar porque sus experiencias serán parte de las experiencias del grupo y porque su utilidad estará en función de lo que aporte al grupo. Y no sé cuántas personas encontrarán hoy atrayente ese contexto.