Lo primero que debe quedar muy claro es que la importancia económica de España a nivel internacional es mínima: la economía española representa menos del 2% del PIB mundial. Ello supone que en términos económicos España no es líder en nada y es seguidora en todo.
Lo segundo, que la crisis en la que la economía mundial se halla inmersa es una crisis sistémica, lo que significa que no se arregla ‘tocando esto y aquello’ sino implementando un modelo nuevo, es decir, una nueva forma de hacer las cosas. España no tiene nada que decir en este ámbito: lo que se decida quienes lo decidan España tendrá que implementarlo: tendrá que ir implementándolo a medida que se vaya decidiendo.
Dicho esto, y sin que la lista sea una relación cerrada pueden apuntarse una serie de problemas que la economía española … tiene desde hace décadas y que esta crisis no ha hecho más que magnificar.
– Una estructura de PIB sustentada fundamentalmente en actividades de medio y bajo valor añadido, agravado por el hecho de que en varias de las mismas la estacionalidad es la norma; una estructura formada por compañías medianas y pequeñas con escaso peso global.
– Un modelo productivo intensivo en factor trabajo de cualificación real requerida media reducida, lo que fomenta el subempleo.
– Una baja productividad por persona ocupada debido a que no es rentable la inversión ya que el valor de lo producido es bajo. Ello deriva en reducidos niveles de investigación e innovación.
– Un crecimiento desequilibrado y sesgado que está profundizando en, y empeorando la, desigualdad en la distribución de la renta.
– Una deuda total impagable que origina unos intereses que drenan recursos a otros usos necesarios o imprescindibles.
– Una tasa de actividad reducida en comparación con otros países.
– Una oferta de trabajo muy superior a la demanda de trabajo existente lo que fomenta la precariedad laboral –temporalidad y subempleo– y la subremuneración.
– Unos compromisos de déficit que, incluso suponiendo el cumplimiento de las muy optimistas previsiones de crecimiento del Gobierno para los próximos años, se demuestran incompatibles con la realidad derivada de la dependencia exterior de España a no ser que se entre en una dinámica de recortes del gasto público lo que agravará carencias ya manifiestas.
– Una Seguridad Social financieramente insostenible debido a la insuficiencia de ingresos.
– Una parte de la población que o bien ya se halla excluida, o tiende aceleradamente hacia la exclusión.
– Una administración territorial que no responde en absoluto a cuestiones económicas ni a razones técnicas, basada en un mecanismo por el que cuatro regiones sostienen financieramente a trece con todas las consecuencias que ello tiene sobre la eficiencia y la equidad.
– Un sistema fiscal perverso que combina una presión fiscal reducida con un nivel de fraude fiscal muy elevado que, como consecuencia, se intenta compensar con tipos fiscales muy elevados y que origina una crónica insuficiencia recaudatoria en un entorno de un muy elevado nivel de economía sumergida.
– La dependencia de factores sobre los que España en nada puede influir: bajos precios del petróleo, tipos de interés muy reducidos, …
Llegados aquí tal vez hayamos perdido la referencia del título que encabezaba estas líneas. La economía española como conjunto pienso que, en el medio plazo, lo tiene francamente mal debido a que los problemas apuntados son de índole estructural, por lo que son muy difíciles y muy caros de solucionar; e imposible en el corto plazo. Lo que no quiere decir que ciertas áreas de España tengan posibilidades reales, máxime si profundizan su integración en ejes de actividad y en redes de colaboración con otras áreas europeas de la misma naturaleza.
De hecho pienso que esta va a ser una de las consecuencias globales de esta crisis global: que el concepto de ‘Estado’ tal y como lo hemos percibido va a dejar de tener sentido.
(«Los retos. ¿Hacia dónde va la economía española tras el crash del 2010?» Santiago Niño-Becerra, Revista C84. 32º Congreso de Gran Consumo de AECOC. Octubre 2017)