El desempleo juvenil es alto en Europa y descomunal en España. Conocer su evolución es simple: solo es necesario entrar en Eurostat. Que los jóvenes lo tienen difícil para encontrar un empleo es sabido. Todo el mundo conoce al menos un caso de una joven o de un joven con un contrato precario, subremunerado; o bien trabajando por horas, pocas, o tropecientas y cobrando cuatro; o de eterna/o becaria/o. En Twitter he abordado este tema en diversas ocasiones.
Lo que sucede es que decir que el desempleo juvenil asciende al 34% de la población activa joven, o que la tasa de temporalidad de las jóvenes y los jóvenes de entre 16 y 24 años es del 80%, diciendo mucho dice poco porque nos lleva a la galaxia de las grandes cifras. Son porcentajes escandalosos y alucinantes pero sin rostro ni dirección, es decir, anónimos. Por ello me impactó tanto lo que me sucedió hace unos días.
Fue al final de una de las presentaciones que estoy realizando por la publicación de mi último libro ‘El Crash. Tercera Fase’. Tras las firmas, las personas que habían asistido al acto abandonaban la sala cuando una pareja se acercó y me preguntaron si disponía de un momento ya que querían hacerme una consulta. Les dije que si y fue ella quien comenzó.
Esa pareja es un matrimonio de mediana edad con un hijo y una hija que están cursando un grado oficial en una universidad de prestigio, el chico está a punto de finalizar y la chica lo hará dentro de dos años. Ambos miembros de la pareja trabajan; tienen empleos de nivel y, aunque el concepto de ‘remuneración suficiente’ es subjetivo, pienso que su remuneración es suficiente: su aspecto lo denotaba y ambos manifestaron que se sentían bien remunerados en sus trabajos. Es decir, esa pareja pertenecía a una categoría de la que habla muy poco: la clase media alta.
Tras esa introducción la madre dijo: “Y ahora, ¿a qué se van a dedicar mis hijos? ¿Qué van a hacer?”. Durante un microsegundo no entendí las preguntas. Sin darme tiempo a decir nada añadió: “¿Dónde van a ir?”. El marido asentía. Yo entendí y le dije que debía considerar que campo le iba más dentro de lo que eran sus estudios. La madre me dio algunos datos. Yo le hice algunas reflexiones y les sugerí nombres de compañías donde podrían encajar, y al final añadí: “¿Qué contactos tienen Uds. en esas compañías”; y el padre espetó: “A mis hijos yo les quiero mucho pero son estudiantes de nivel medio. Esas compañías buscan expedientes excepcionales y con competencias adicionales; y, además, aunque podamos llegar a conocer a alguien dentro de ellas, no tenemos los contactos a los niveles que serían necesarios”. Estuvimos charlando unos minutos más y se fueron.
Aquí no estamos hablando de una familia que resida en un barrio marginal, a caballo del paro y de los contratos temporales o a tiempo parcial y con baja remuneración, y de jóvenes fracasados escolarmente. Estamos hablando de una familia que vive muy bien y que puede pagar una formación de calidad a sus hijos pero que se encuentra, al final de ese período en la vida de los jóvenes, con que las expectativas reales con que cuentan son extraordinariamente limitadas, por lo que ven que sus hijos van a vivir peor que ellos. Y me pregunté y me pregunto: ¿cuántas familias de clase media alta se hallan en una situación parecida?.
Porque la realidad es esa: hoy, una joven, un joven, que desee iniciar una carrera profesional exitosa en una compañía desempeñando el trabajo que les guste en un puesto que les motive y contando con proyección profesional, ha de ser una, un megacrack, y alguien de su entorno ha de tener los contactos suficientes para que esos contactos abran las puertas convenientes a sus hijas e hijos, insisto: solo para que les abran las puertas, el resto depende de los hijos, de ellas y de ellos.
Y la pregunta automática es: ¿cuántas hijas y cuántos hijos de las familias de clase media alta cuentan con esas características?. Haciendo un cálculo muy rápido llego a la conclusión de que bastante pocas y bastante pocos.