COVID-19. A cada día que pasa se dice que se está entrando más en un falso dilema: por un lado, preservar la salud cerrando, confinando, clausurando, todas las actividades que haga falta; por otro, prohibir el menor número posible de actos sociales a fin reactivar la economía y recuperar la actividad perdida. Se dice que el dilema es falso porque la salud ha de ser lo prioritario a la vez que la economía tiene que funcionar con normalidad, y se dice porque una población enferma y con miedo no llevará a cabo con normalidad los hechos económicos, y porque una economía en descenso no generará los recursos sanitarios suficientes para hacer frente a la enfermedad.

Yo no estoy de acuerdo, pienso que el dilema es real, y muchísimo más en España, un país con una economía en la que el 30% del PIB que genera depende del turismo, la hostelería, la restauración, el ocio y el transporte; es decir, una parte muy significativa del PIB de España precisa, para que se genere, que se produzcan aglomeraciones y movimientos masivos de personas. El dilema existe; otra cosa es que se quiera reconocer porque su trasfondo es feo y no da votos.

Lo cierto, por mal que suene, es que para reducir el riesgo de contagios hay que reducir el contacto entre humanos y entre humanos y objetos tocados por humanos: cuanto menor sea ese contacto mayor será la reducción del riesgo; cuanto mayor sea la distancia entre humanos menor será la probabilidad de que se produzcan contagios; porque lo único cierto es que con el SARS-CoV-2, en ausencia de vacuna eficaz, lo ideal para eliminar el riesgo de contagio es el aislamiento. Luego el dilema existe. ¡Y tanto que existe!. Y llegados aquí es preciso introducir un nuevo elemento.

Tiene que hacerse lo-que-haga-falta para parar la enfermedad, bajar en vertical el riesgo de contagio, dotar a los hospitales de los medios humanos y técnicos que precisen; el problema es que eso paraliza la economía. Por ello es necesario introducir un elemento nuevo: las reservas con que un país o empresa cuenten para aguantar caídas de la actividad más o menos profundas, más o menos prolongadas, y durante un período de tiempo que será más largo que breve. Y aquí es donde España pincha también.

España, como país no tiene reservas, luego se está viendo obligada a endeudarse. La mayoría de empresas españolas carecen de reservas porque viven al día, luego precisan ineludiblemente de ayudas, subsidios y créditos, es decir, la economía de España y la de sus empresas es dependiente. A eso se añade la dependencia del PIB de aglomeraciones y desplazamientos de personas.

El dilema es muy real como se puede observar en la evolución del riesgo de contagios: bajó durante el confinamiento de Marzo y Abril; subió en el desconfinamiento, subió tras el incremento del PIB del tercer trimestre, y se disparó con el aumento de la movilidad y de los contactos tras el fin de las vacaciones y los inicios escolares. Para España ese dilema es muy cierto.

Pero España no tiene que escoger entre salud y economía porque la decisión ya está tomada: España, como todos los países, debe poner por delante de todo la salud de su ciudadanía, pero como no tiene casi nada con qué responder, tiene que asumir –si se lo permitan– que su deuda alcance cotas siderales a fin de financiar ayudas, subsidios y rescates durante el tiempo que haga falta.

El dilema existe, pero se ha decidido que no existe porque se ha decidido que no tiene que existir. Lo que es muy diferente.

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